viernes, 20 de febrero de 2009

Parto domiciliario




Patricia, mamá primeriza de 43 años tuvo en casa a su hijo Alejandro sin ningún problema.

Nacer en casa

Cada vez más mujeres eligen dar a luz en sus hogares, huyendo de los protocolos hospitalarios y buscando la intimidad para recibir a sus hijos.

PATRICIA Camacho dio a luz en una silla de partos, en una cueva y ayudada por su marido y una matrona. Fue hace unas semanas. El parto no le pilló por sorpresa; ella lo había elegido así. Primeriza, a los 43 años, esta fisioterapeuta no necesitó ni anestesia epidural, ni oxitocina (sustancia que acelera la dilatación), ni episiotomía (corte quirúrgico en el periné). Tuvo un parto lento, de más de un día, y Carmen, la comadrona que la asistió, se quedó a dormir con ellos en su cueva todo el tiempo necesario. Sin prisas.

Desde que Patricia se quedó embarazada, dejó su trabajo en Granada y se retiró a una cueva familiar situada en El Margen, un anejo de Cúllar, a unos 30 kilómetros de Baza. Contactó con Carmen, una matrona de Lorca (Murcia), quien le ha hecho el seguimiento del embarazo y le ha acompañado en el alumbramiento. Todo por 1.000 euros.
Su etapa de gestación -en la que también ha estado controlada por el SAS- no tuvo ningún tipo de complicaciones; por eso Patricia pudo recibir a su hijo Alejandro en un lugar tan sosegado como El Margen, donde no nacía ningún bebé desde hacía décadas. En esa pedanía de Cúllar, rodeada de campo, se ha dedicado durante casi nueve meses a hacer yoga y ejercicios para la apertura de pelvis, a pasear, a alimentarse muy bien, a estar tranquila...

«Tenía claro que si el niño venía bien no quería acudir a un hospital, porque me parece un medio hostil. Yo he pasado la dilatación caminando tranquilamente por mi casa; no he estado atada con correas. El padre cortó el cordón umbilical cuando dejó de latir completamente. Nada de premuras», explica esta profesora de yoga, que reconoce que durante el parto su coche estaba en la puerta de la cueva, por si era necesario acudir al hospital ante cualquier contratiempo.

«Mi caso en cualquier hospital habría acabado en cesárea, porque tardé mucho en dilatar, pero yo tuve mi tiempo porque no había roto aguas y las pulsaciones del niño estaban bien», cuenta muy serena. Y añade que estuvo de pie todo el rato, ya que al tumbarse le dolía más. «Fue una experiencia dura, pero muy bonita», concluye.

Habitual en Europa

Como Patricia, cada vez más mujeres españolas quieren parir en sus propias casas. Desean huir de la asistencia hospitalaria tan protocolaria que se brinda en España, y eligen acoger a sus bebés de una manera más íntima y familiar. En países como Alemania, Noruega o Finlandia, esta práctica es habitual desde hace años. A las inglesas y a las holandesas, la seguridad social incluso les da la opción de escoger dónde desean dar a luz. En España, por el momento, cualquier asistencia profesional fuera de un centro sanitario público tiene un precio que oscila entre los 1.000 y los 1.800 euros, dependiendo de la zona geográfica.

Blanca Herrera, comadrona de un hospital público, es una de las cinco profesionales que crearon Ocean Comadronas hace casi dos años en Granada. La suya es una asociación privada que asiste el parto en casa, tras varias visitas durante el embarazo y con un seguimiento de cinco citas en el postparto. La filosofía de estas cinco profesionales es que son invitadas de sus pacientes; por eso intervienen lo mínimo posible y es la parturienta quien decide qué familiares le acompañan en ese momento, dónde parir, qué posturas adoptar, si quiere chillar o no, desesperarse o estar tan tranquila...

«Durante el embarazo vamos preparando emocionalmente a las embarazadas para que sepan que el parto no es un proceso fácil, sino una situación intensa, molesta y dolorosa en algunos casos. Les damos libros para que sepan qué es un alumbramiento en casa, les ponemos vídeos... Ellas ya saben a lo que se enfrentan. Normalmente, las mujeres a las que ayudamos están bastantes tranquilas porque están en su ambiente», aclara esta matrona.

Requisitos
Pero no todo va tan rodado. Para que un bebé pueda venir al mundo en su hogar debe haber unos requisitos previos: que el embarazo sea de bajo riesgo, que su madre sea una mujer sana y que el alumbramiento se desencadene de forma normal, lo que ocurre en un 80% de los casos, según Blanca Herrera. El riesgo de cada parto se mide según unas tablas. «En el domicilio no se asisten partos provocados, no se medicaliza el proceso en ningún momento», aclara esta profesional. «Un bebé de nalgas o una madre con hipertensión, con anemia severa... todo eso son contraindicaciones para el nacimiento en casa. Es recomendable que se hagan en el medio hospitalario, por si se requiere ayuda urgente», abunda Blanca Herrera.

En el hogar, los analgésicos usados son mucho más naturales: agua caliente, masajes con aceites, estimulación transcutánea eléctrica, que alivia el dolor... Nada de epidural. La dilatación también corre por cuenta de la naturaleza, al ritmo de cada mujer, y está descartado inyectar oxitocina para acelerarla.

En los hospitales españoles, según estas comadronas y sus pacientes, la asistencia es muy intervencionista; no hay libre elección de la madre ni siquiera en los partos normales y sin complicaciones. Para Blanca Herrera, lo ideal es que en los hospitales se ofrezcan partos con menos intervención y que sea la mujer quien decida cómo quiere vivir ese momento. También reclama que la gestante tenga la oportunidad de parir en casa convenientemente asistida por personal de la sanidad pública.

El intervencionismo del que se quejan los defensores de un parto lo más natural posible incluye la práctica de la episiotomía, realizada en los hospitales españoles en el 80% de los casos, mientras que la OMS no ve necesaria esta práctica en más del 20% de los alumbramientos, y en Reino Unido ya hay hospitales que no superan el 10%.

No intervencionismo no significa inseguridad. En el parto en casa se controlan continuamente los latidos del bebé con una monitorización intermitente. «Si detectamos que el bebé necesita salir más rápido para mantener su bienestar, practicamos una episiotomía», aclara Blanca Herrera, quien explica que si la mujer rompe aguas y éstas vienen teñidas en exceso -lo ideal es que salga líquido claro- se produce una alerta y se traslada a la mamá al hospital. «No se trata de correr riesgos innecesarios: el coche siempre está en la puerta. No aceptamos domicilios que estén a más de media hora de un hospital. Se trata de usar la medicina sólo si es necesaria», apostilla esta matrona.

Por experiencia

Isabel Carreras es matrona y precisamente por eso decidió dar a luz en casa a su primer hijo. «Yo deseaba una intimidad que sabía que no iba a tener en un hospital público. No quería un parto medicalizado, ni apresurado, ni tan controlado como estoy acostumbrada a ver. En un centro no se tiene en cuenta que cada mujer necesita su tiempo y mucho respeto. Yo no quería ser explorada por un ginecólogo y todos los residentes, que suelen entrar y salir a su gusto», se justifica.

Blanca Herrera le acompañó en el nacimiento de su hijo y fue fundamental cuando Isabel pensó, en ocasiones, «que no podía más». Al final, todo fue bien. «Rompí la bolsa a las tres de la madrugada. La noche transcurrió tranquila, en casa, sin contracciones, pero yo estaba atenta porque el bebé se movía. Al día siguiente, Blanca vino, me exploró y nada de nada. Por la tarde me fui a dar un paseo, a ver si me ponía en marcha. Me había dado un plazo de 24 horas. Si no me hubiera puesto de parto, me habría ido al hospital, ya que con la bolsa rota... Pero me puse de parto y a eso de las 11.00 de la noche llamé a Blanca. Sucedió lo normal: a las mujeres, si nos dan tiempo, nos ponemos de parto», narra Isabel, quien en casa, cuando empezó a notar más dolor, decidió tomar un baño mientras gritaba, se liberaba, se movía...
«El malestar en el agua fue menos intenso. Transcurrió una hora y yo misma estaba tocando la cabeza del bebé, pero decidí salirme del agua porque quería empujar y no podía en la bañera. Al rato mi hija estaba en el mundo», concluye esta orgullosa madre.

El primero, traumático
Virginia recibió a su segunda hija, Luz, en el cortijo donde vive con su otra hija, Jara, y con su marido. Su primer parto, en un hospital, fue tan traumático que decidió no repetir la experiencia. «Con Jara no me respetaron las posturas que yo quería adoptar. Me exploraron en momentos que yo no deseaba. Yo había pedido algunas cosas básicas, pero no me hicieron caso», recuerda.
En el nacimiento de Luz, que ahora tiene cerca de un año, le acompañaron dos matronas en casa y fue un parto «muy sencillo». «Nació pronto, relajada. Incluso al principio vinieron dos amigos a casa, pero luego decidí estar sola con mi marido», cuenta. Blanca y Jesús, el matrón y la matrona que le asistieron, no le practicaron la episiotomía: «Tan sólo tuve un pequeño desgarro donde me habían hecho el corte anterior, pero nada que ver con la cicatriz del hospital, que durante un año no me había permitido estar más de dos horas de pie».
«No me daba miedo afrontar el parto en casa, porque después de lo del hospital, ya no podía pensar en algo peor. Si a mi primera hija no le paso nada fue porque no le tuvo que pasar. Ella nació muy mal, violeta, sin oxígeno. No respiraba, me pusieron epidural y oxitocina y la niña sufrió mucho», evoca con dolor Virginia, quien no se preparó de manera especial para afrontar el nacimiento de su segunda hija en el cortijo donde ahora viven juntas.

Protagonistas del parto
Virginia y las demás madres del reportaje se sintieron «protagonistas» de sus partos, en los que en todo momento hicieron lo que quisieron. Ella, por ejemplo, decidió meterse en una pequeña piscina que pusieron en el salón para terminar de empujar. «Cuando Luz salió del agua ni siquiera lloró; lo miraba todo con mucha curiosidad», explica. Virginia, si vuelve a parir, lo hará en casa. «Es más, cuando mis hijas sean mayores yo les aconsejaré esta manera de dar a luz», sentencia.

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