martes, 19 de mayo de 2009

La importancia de las doulas



Reflexionando con Michel Odent

¿Por qué es tan importante la función de las doulas?

Tras un maravilloso curso intensivo para doulas con Michel Odent y Liliana Lammers en Londres, cada vez veo más clara la esencia fundamental de la doula, así como la importancia de su función en nuestra sociedad actual.

A tavés de todo lo que he aprendido de Michel y Liliana, he logrado expresar con palabras esas sensaciones e intuiciones que hasta ahora me venían diciendo que algo no marcha bien en la forma que tenemos de afrontar los procesos de parto y nacimiento en nuestra sociedad moderna.

A través de la atención mecanizada y masificada de unos procesos únicos y mágicos en la vida, estamos poniendo seriamente en peligro el desarrollo de nuestra capacidad de amar y estamos generando comportamientos agresivos que contribuyen a la destrucción de nuestro entorno humano y natural.

Es hora, afirma Michel, en unos tiempos de tanta preocupación ecológica, de desarrollar una conciencia global y de dar paso al Homo Ecologicus; aquel que cuida, ama y respeta a la Madre Tierra, a sus compañeros de especie y a las demás especies del planeta.

¿Cómo lograr el nacimiento de este Homo Ecologicus? ¿Y qué tiene esto que ver con el parto y el nacimiento de los humanos?

Si queremos que nazca un ser humano capaz de amar a su entorno, debemos empezar a preguntarnos ¿dónde y cuándo surge la capacidad de amar? Y esta pregunta nos conduce directamente a la primera etapa, la etapa primal de nuestra vida (primal= primera en tiempo y primera en importancia), aquella que surge en el vientre materno, que continúa en la etapa perinatal (en torno al parto/nacimiento) y que abarca todo el primer año de vida, es decir la etapa de más estrecha dependencia con la madre.

Los efectos comportamentales de las hormonas que dirigen nuestros procesos sexuales reproductivos (entre ellos el embarazo, el parto y la lactancia) están claramente estudiados y demostrados por la ciencia. Estas hormonas son fundamentalmente la oxitocina (hormona del amor) y la prolactina (hormona de la maternidad). Cuando las dos fluyen en equilibrio, producen lo que llamamos amor maternal. En nuestras manos está, dice Odent, crear las condiciones adecuadas para que estas hormonas fluyan durante el parto e impregenen a madre e hijo tras el nacimiento, en su primer contacto vital, con el fin de asegurar el profundo vínculo de amor entre ambos.

Hasta ahora, a lo largo de la Historia de la Humanidad, todas las mujeres parían a sus hijos bajo la influencia de un complejo cóctel de hormonas, sus propias hormonas de parto. Aquéllas que moderaban el dolor de las contracciones (endorfinas), y la preparaban para recibir a su bebé con los brazos abiertos y enamorarse de él nada más verlo y olerlo (oxitocina y prolactina). Hormonas que transmitía a su recién nacido a través del calostro (primera leche) y que cumplían una función vital en la criatura; función de enamoramiento, de dependencia y vinculación con su madre y de renovación constante, en cada toma, del lazo amoroso que los unía.

Hoy en día, como ha constatado Michel Odent, vivimos un momento único en la Historia de la Humanidad. Esas hormonas del parto (oxitocina, endorfinas y prolactina) están en serio peligro de extinción en una sociedad en la que la mayoría de las mujeres paren a sus hijos sin el efecto de ese cóctel hormonal natural en sus cerebros y en sus cuerpos y por lo tanto desconectadas del proceso y privadas de los efectos comportamentales de las fantásticas hormonas del amor.

Reconsiderando la forma de parir y nacer en la actualidad

En la actualidad, la mayoría de las mujeres paren a sus hijos bajo los efectos de sustitutos farmacológicos de estas hormonas (oxitocina sintética, anestesia epidural etc.), que nunca alcanzarán su cerebro y por tanto las privarán de por vida de los efectos comportamentales de tales hormonas en su estado natural: el desarrollo del instinto maternal y el profundo vínculo con el bebé. Además de haber sido privadas de estas profundas sensaciones instintivas, muchas mujeres salen del hospital con heridas físicas y emocionales, secuelas de un parto y un nacimiento poco o nada respetados. Como afirma Isabel F. del Castillo “la tecnointervención y la medicalización del nacimiento se ha convertido en una nueva forma de violencia que aleja a las mujeres de la Naturaleza y de sus propios hijos”.

Las madres de hoy reconocen a sus hijos racionalmente. Saben, con su cerebro pensante, que son su hijos y que los han parido ellas; pero no los acaban de reconocer instintivamente, con su cerebro primitivo. Los reconocen con palabras y pensamientos, pero no con las entrañas y el instinto. Si no, no habría tantas mujeres que se plantean la lactancia materna, ni tanto fracaso o abandono precoz de la misma (iniciada de manera inadecuada tras horas de separación del bebé después el parto y poco o nada respaldada por los círculos socio-familiares). Este fracaso está favorecido también por elementos externos, sociales y culturales (resultado a su vez de esa falta de visión instintiva de la maternidad). Tampoco habría tantos prejuicios hacia el colecho (compartir cama con el bebé y única forma de mantener una lactancia exitosa y prolongada), ni tantos bebés abandonados con cuatro meses en las guarderías, alimentados con biberones y consolados con chupetes y peluches (sustitutos inminenetes del pecho y el cuerpo materno). Este hecho se ve agravado por la influencia del mercado laboral actual y sus normas duras y rígidas, que sitúan la maternidad en el último peldaño de la escala de valores sociales y contribuyen a mantener un nacimiento y una crianza separadores.

Algo no funciona en el Sistema y nosotras, las madres y nuestros bebés somos las primeras víctimas


Preguntémonos por qué hay tantas depresiones posparto y tantos problemas en la crianza de los hijos. Pero no somos las únicas víctimas de esta disfunción. Es evidente que estas dificultades en la etapa primal repercuten negativamente en múltiples planos de la vida futura en sociedad.

Por ello, es de nuestra prioridad reconsiderar cómo nacen los bebés y favorecer las condiciones necesarias para que, tanto las madres como los bebés, puedan benficiarse de ese preciado don de la naturaleza: ese complejo cóctel de hormonas de importancia vital, que facilita los procesos de parto y nacimiento, nutre y desarrolla la capacidad de amar, facilita la crianza y, por tanto, tiene consecuencias no sólo físicas, sino también psicológicas y sociales, a corto, medio y largo plazo.

Según Michel Odent, “estos aspectos han de ser reconsiderados en términos de civilización”.

La esencia de una doula en nuestra sociedad (compensando
los miedos)


La doula puede interpretarse como el resultado de una importante carencia. La figura de la doula rellena un gran vacío en los servicios de atención materno-infantil actuales.

Hoy en día, la hipermedicalización y tecnificación de los procesos de embarazo, parto y nacimiento, hace que las mujeres ya durante su embarazo salgan con miedo de las visitas prenatales. Basta con echar un vistazo a los foros de internet. Los controles prenatales se centran en hacer pruebas y análisis, ecografías y test para detectar posibles anomalías. Las visitas al ginecólogo o a la matrona tienen como principal objetivo la búsqueda de patologías y esto genera miedo en las mujeres gestantes.

Miedo a que algo vaya mal, miedo al dolor, miedo a los factores de riesgo, miedo a las posibles complicaciones, miedo a lo desconocido...miedo, mucho miedo.

Y porque es de sobra conocido que el miedo genera adrenalina y la adrenalina es la peor enemiga de la oxitocina(esa hormona del amor que dirige el parto), es hora de tender una mano a las mujeres para que recuperen la confianza en sus cuerpos, la seguridad emocional y la paz interior que necesitan durante una etapa tan hermosa y especial en sus vidas. El miedo es malo para el bebé y para la madre y es muy malo para el parto. El miedo genera tensión e inhibición y estos dos factores bloquean y dificultan que el cuerpo responda favorablemente.

Y la cosa no queda ahí; muchas madres siguen sintiendo miedo cuando acuden a los controles pediátricos en los que tienen que responder siempre a unos patrones preestablecidos y rígidos (de peso, talla, alimentación, sueño, desarrollo normal etc.). Volvemos a esa visión patológica e intervencionista, esta vez de la crianza.

La misión de la doula

El trabajo de la doula consiste en brindar acompañamiento no médico a las mujeres y de favorecer la humanización, tanto del embarazo, parto y nacimiento como de la crianza en general. La primera misión de la doula es informar positivamente de la experiencia de la maternidad y del parto a las mujeres embarazadas y a sus
familias.

Las doulas tienen por tanto, como función principal ser el contrapeso de esa visión patológica e intervencionista del embarazo, del parto y de la crianza que domina nuestra sociedad. Las doulas, con su presencia discreta

y calmada, ayudan a devolverles a estos acontecimientos los aspectos emocionales y espirituales que merecen: el embarazo como un proceso mágico y profundo, la vivencia del parto como un hecho íntimo, amoroso, personal, único y sagrado; la vivencia de la crianza desde un enfoque más natural y entrañable, de apego y empatía a las necesidades reales de nuestros bebés.

La doula debe contribuir también a que se den las condiciones óptimas y necesarias para que el parto sea lo más fácil, corto y seguro posible. Según Liliana Lammers, el parto suele ser más corto de lo que nos imaginamos, si respetamos la fisiología y si no nos empeñamos en alargarlo artificialmente (con corto se podía estar refiriendo a 20-24 horas, no a las tres que le dan a la mujer en el hospital como tope antes de inducir o hacer cesárea).

Esas condiciones óptimas para que el parto fluya sin complicaciones se resumen en: un ambiente de intimidad en el que la mujer se sienta segura pero sin sentirse observada, respeto a sus tiempos, calor, luz tenue, silencio

y en definitiva un entorno que mantenga su cerebro racional (responsable de todas las inhibiciones) en un discreto segundo plano y en reposo. Es necesario dejar actuar al cerebro primitivo, aquel de los instintos y las desinhibiciones y el responsable directo de las funciones sexuales-reproductivas en los humanos, entre ellas, por supuesto, el parto.

Está claro que un ambiente hospitalario con un rígido e invasivo protocolo, no garantiza estas condiciones en absoluto, es más, aumenta la sensación de miedo, indefensión y soledad de las mujeres. Por eso no ha de extrañarnos la alta tasa de partos medicalizados, instumentalizados, cesáreas, separaciones innecesarias de mamá y bebé, fracasos en la lactancia, experiencias de parto traumáticas, depresiones postparto, etc. tan comunes en esta sociedad de la atención al parto industrializada y masificada. La obstetricia convencional parece ignorar el parto como acontecimiento con una fuerte implicación emocional y, como opina Isabel F. del Castillo, “dirige más energía a resolver los problemas que ella misma genera que a facilitar los nacimientos”.

La doula es una protectora de las necesidades reales de la madre y el bebé durante el parto y el nacimiento. Necesidades que se resumen en el respeto a la fisiología.
Necesidades que siguen siendo ignoradas y pasadas por alto en la mayor parte de los ambientes de atención al parto convencionales. Hay que saber mucho para saber que no hay que hacer casi nada y que se puede prescindir de todas las intervenciones y agresiones innecesarias que tan sólo entorpecen y dificultan el proceso de parto, nacimiento y primer contacto vital entre mamá y bebé.

Un día estaba describiéndole a un buen amigo la figura de la doula y este amigo me dijo algo así como: “¡ah, como una psicóloga de parto!” Sí, una parte de la doula es ésa, en cuanto a que contribuye a proteger la integridad psicológica de las madres en momentos de enorme vulnerablidad.

Pero su labor no queda ahí. También es una especie de abogada defensora de la madre y del bebé y de intermediaria entre éstos y los sistemas de salud, con el fin de defender sus necesidades básicas y lograr un parto y nacimiento seguros y satisfactorios para ambos.

Una doula es por tanto un poco de todo esto: psicóloga de parto, abogada de mamás y bebés, compañera, guía, amiga, soporte emocional y afectivo, presencia tranquilizadora, figura maternal... o una simple mano y una voz que susurra que TODO ESTÁ BIEN y le recuerda a la futura mamá que pronto será cómplice del MILAGRO DE LA VIDA... ¿No es ésa una razón suficiente para despojarse de todos los miedos y sentirse la persona más feliz del planeta?

Como insiste Michel Odent, es del interés de todos cuidar y proteger el estado emocional de las mujeres embarazas, puesto que en ellas se están gestando las generaciones futuras y de su bienestar y su equilibrio emocional depende la salud física y emocional de esas criaturas por nacer.

Las vías de actuación de la doula

Una doula tiene, por tanto, dos vías de actuación: una, la directa, apoyando a la futura madre de tú a tú, proporcionándole la seguridad de que todo va a ir bien, acompañándola y reafirmándola en sus deseos, ayudándola en el manejo del dolor, recordándole la magia del proceso y el milagro del nacimiento, apoyándola en la lactancia y la crianza... pero también actúa de manera indirecta (si entendemos su existencia como resultado de una carencia de los sistemas socio-sanitarios) contribuyendo al cambio social e incitando a la reflexión para la mejora de los servicios de atención materno-infantil en nuestra sociedad.

Supliendo el papel de la “verdadera comadrona”

Enlazando con el punto anterior, dice también Michel Odent que “la figura de la doula nace para suplir el papel de la verdadera comadrona”. La verdadera comadrona es aquella que nació para estar acompañando a las futuras madres, brindándoles ese apoyo continuo y esa seguridad de la que lamentablemente carecen en un sistema obstétrico paternalista, dominado por obstetras (hombres en su mayoría) y en el que la comadrona es un simple miembro más del equipo médico, cuando no una ayudante, subordinada a las órdenes y al estilo de actuación (conservador) del jefe, el médico obstetra. Es curioso que en húngaro a las comadronas se las llama védönö, que quiere decir mujer defensora/protectora. Me pregunto ¿a quién defienden muchas comadronas en la actualidad?

Ante un panorama tan poco alentador, es hora de recuperar la magia del parto y del nacimiento y de hacer eco de la importancia de las doulas como una ayuda inestimable en los procesos inherentes a la maternidad. Es de vital importancia, promover la figura de la doula, como defensora y protectora de la díada mamá-bebé, sobre la que se sustentan nuestras sociedades futuras.

Conclusión


Por último, y para concluir al estilo Michel Odent, alzo una pregunta un tanto provocadora para seguir reflexionando sobre si en un sistema sanitario tan rígido e intervencionista como el nuestro, movido por intereses económicos y personales ajenos al bienestar maternoinfantil

y en un sistema social plagado de prejuicios, en el que la maternidad es vivida casi como un estorbo, en cuanto a que incompatible con el duro mercado laboral dominante: ¿es acaso la labor de las doulas políticamente correcta?

Ana Sánchez Fábry, doula, monitora de yoga prenatal y asesora de lactancia

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