lunes, 10 de noviembre de 2008

La esencia de la doula


Desde que tengo uso de razón me han fascinado las personas como mi madre. Personas capaces de pasar por la vida, enfrentarse a los muchos horrores y maravillas que ésta depara, y hacerlo sin perder su esencia. Sin que todos esos avatares vayan robando su herencia natural, aquello con lo que todos llegamos a este mundo, y consiguiendo con una misteriosa lucidez distinguir entre aquellas personas o situaciones que entran en nuestras vidas para arrasar nuestro terreno fértil, y aquellas que traen alguna semilla más para prestarnos de forma generosa.

Son personas que todos reconocemos, porque entran de forma sigilosa, están casi sin estar, caminan y hablan con calma, tienen una mirada limpia, un entusiasmo sereno, y muestran abiertamente todas sus edades a la vez. Son la suma de todos sus días. Unos minutos con ellos nos dejan sintiéndonos plenos, confiados, con la mente clara y el corazón abierto. Son esas personas que no dan lecciones precipitadas, y prefieren escuchar hasta encontrar la información que surge de nosotros mismos, para entonces devolvérnosla y que hagamos uso de ella.

No es esta tarea fácil, en un mundo en el que la mayoría de nosotros nos vamos perdiendo por el curso de la vida, cubriéndonos de capas hasta no saber quién somos en realidad, para qué hemos venido y en quién confiar. En un mundo en que a menudo la profesionalización se traduce en negar valiosas parcelas de nosotros mismos.

He tenido la suerte de conocer a algunas de estas personas, y con cada una de ellas consigo volver más a mí. Y consigo crecer sumando, sin perder lo que ya sé.

No tengo ninguna duda de que ésta es la esencia de la doula, como es la esencia de la madre, del profesor y en definitiva del ser humano.
Manuela García, doula

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